El Jabalí Amarillo

Caza de Grandes Jabalíes en Estonia

¿De que mágico encantamiento somos víctimas los cazadores, cuando cruzamos medio mundo para tirar una moneda al aire y esperar con ilusión, cumplir las expectativas?

No puedo decir que amanecía en Estonia, porque el sol escondido en el horizonte no se había marchado y ya regresaba de nuevo, pero fue cuando Timo (inquietante nombre para un hombre de su profesión), vino a buscarnos a la cabaña del bosque. Un lugar llamado Laululinnu de exquisito trato familiar.

Socio y hombre de confianza de David Llorente, le imaginé mucho mayor tras oír la experiencia y astucia como cazador que David le atribuyó, aliñada de una enorme estima personal.

La experiencia me ha enseñado que las personas que admiran y quieren a sus compañeros son dignas de cariño y respeto. Así pues, a pesar de haberle conocido el día anterior, David ya contaba con el mío.

Sonrientes nos presentamos y estrechamos la mano. En un ingles de andar por casa le presente a Henar, mi valiente y amada pareja y en un abrir y cerrar de ojos nos dirigíamos hacia las zonas de querencia, en el todo terreno.

Cuesta creer que tu chica te acompañe en recechos y esperas, pero así es Henar. Única y especial.

El paisaje que fuimos descubriendo era el entorno ideal para los sueños de cualquier cazador. Bosques inmensos intercalados con pequeñas áreas de siembra.

La idea inicial era recechar algún corzo que diera la talla y esperar al jabalí por la “noche” en las torretas del bosque.

Tras haber desechado un “duende” encelado que acosaba a su hembra, nos dirigimos a una siembra floreada de colza, flanqueada por el bosque y otras siembras altas y espesas de grano.

Desde el coche y a unos doscientos metros, distinguí los enormes radares de un jabalí. Tras “media explicación” Timo ya lo observaba con medio cuerpo fuera del coche. Inmediatamente Henar y yo echamos pie a tierra y ella con la cámara y yo con los prismáticos, observábamos al enigmático animal, pues a excepción de las orejotas, el resto del cuerpo que sobresalía de la siembra era amarillo.

Los siguientes dos o tres minutos trascurrieron entre interrogantes susurrados de aquí para allá. Ni siquiera nuestro experimentado guía tenía respuesta para ellos. ¿Macho? ¿Hembra? ¿Solo? ¿Con cría? ¿Tiene boca?

Nuestra intención desde que fijamos el destino era abatir alguno de los bien dotados navajeros Estonios y no sabíamos si el ejemplar amarillo se ajustaba a este patrón. La explicación a su color vino rápidamente ya que obviamente, había atravesado la siembra de colza, por lo que llevaba todo el lomo y cabeza cubiertos de flores.

– ¡Me ha parecido verle boca!

– ¡Tíralo si quieres!, dijo Timo.

– Quisiera asegurarme, no me gustaría cazar una hembra y menos rodeada de pequeños. Le contesté.

Tras sopesar la situación y viendo mi intención, Timo accedió a rececharlo. Fue como soltar al perro que ha cogido un rastro. Dos segundos me bastaron para catar el viento, buscarle la vuelta y ponerme en marcha en la típica postura del que avanza agachado.

He aquí uno de los momentos en los que Timo me demostró su profesionalidad, pues al volverme para invitar a Henar a que grabara el lance, el joven Estonio me pidió permiso para acompañarme. Por supuesto accedí. Así pues, los tres en fila, andando cuando el
enorme ejemplar comía y petrificados cuando conectaba los sensores, jugamos al “escondite Ingles para no mover los pies” hasta que sorprendentemente nos plantamos a unos 20 metros sin que se percatara de nuestra estrategia.

Recreándonos en la suerte, tras haber visto sus enormes defensas, esperé a que me mostrara el flanco y sin dejar de apuntar la parte más vulnerable que la siembra me permitía ver, aún esperé unos segundos disfrutando y grabando la sensación en lo más profundo de mi instinto ancestral.

El disparo acabó con la situación y el precioso ejemplar quedó en el sitio pateando. De inmediato pusimos fin a sus movimientos con un remate y nos aproximamos ya confiados a observar lo que nos habían parecido unas formidables navajas. Besos, abrazos y felicitaciones.

Los besos me los dio Henar, aclaremos el tema.

Gracias David, gracias Timo. No se lo que viviremos pero mientras lo hagamos no os olvidaremos, ni a aquel jabalí amarillo.


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